CRÓNICA: VIDA Y OBRAS DE UNA TRABAJADORA PERUANA Artífice de la belleza LA MAQUILLADORA. UNA PROFESIONAL COMO SOL RÍOS ESTÁ CONVENCIDA DE QUE LA MISIÓN DE SU TRABAJO APUNTA A LA AUTOESTIMA DE SUS CLIENTAS, QUE LOS COLORES SANAN Y TRANSMITEN EMOCIONES. ELLA VIVE ENTRE SESIONES FOTOGRÁFICAS DE MODA, PASARELAS Y NOVIAS Por: Julio Escalante Sábado 5 de Junio del 2010Un ojo mal pintado puede parecer un moretón. Pero uno bien pintando también. Depende de si se maquilla a una novia o a una actriz para un papel de mujer golpeada. “El maquillaje es un mundo, la gente no tiene ni idea”, dice Sol Ríos, quien está vestida enteramente de negro, sus ojos y labios bien marcados. Porque ella dice ser un camaleón, según como despierte puede tener un look “femme fatal” o uno muy ejecutiva, en otro momento estar muy “fashion” y usar pelucas. El rostro de una maquilladora es su principal lienzo de ensayos.
Antes de estudiar maquillaje en Argentina, Sol Ríos pasó por diversas jefaturas en márketing, por una vida de tres años en Cusco, y sentía que estaba desperdiciando tiempo valioso. Pero un día se convenció de que sí podría vivir siendo maquilladora, lo que siempre le había gustado desde muchacha: sentirse una artista.
Al inicio tuvo dos años de cero vida social, trabajó en una empresa de productos para el cabello y recorrió cuanta peluquería hubiera en Lima, encontró trabajo de maquilladora solo los sábados en un conocido salón y se insertó en la industria. Había dos formas de aprender: ver y practicar. Tiempo después Oriflame la contrató para diseñar un programa de entrenamiento en uso de sus productos y supo lo mucho que le gustaba enseñar. Desde entonces ha asesorado a marcas como L’Oreal y es maquilladora free lance para Lancome y Mac. Y aunque los maquilladores tienden a especializarse (por ejemplo solo en novias), ella nunca se definió. “Ha sido un pro y un contra: puedo hacer lo que me dé la gana (desde body painting a efectos especiales), pero nunca logré tener una cartera fija de clientes”.
CUESTIÓN DE PIEL“No te jales tanto la piel”, le llama la atención a una de las alumnas que frente al espejo pinta sus párpados desde el centro hacia afuera, cuando lo correcto es hacerlo al revés. Y como si se hubiera puesto a rodar una bola de nieve, Sol no se cansa de hablar y no deja de dar instrucciones sobre qué se debe hacer si uno se quiere “achinar” los ojos o lograr unos labios grandes estilo Angelina Jolie. Hace un año ella y una amiga se asociaron para abrir esta escuela de maquillaje profesional, que comenzó por alquilar un espacio disponible solo los lunes. Al poco tiempo se mudó a un lugar más grande y comenzó a escribir un blog ( www.solmakeart.blogspot.com ). De cursos breves pasó a dictar una carrera de 12 meses. “En el Perú es difícil cambiar la idea de que la maquilladora solo te echa polvitos en la cara”. La educación siempre fue limitada, dice Sol, cuando en realidad una maquilladora debe saber tanto de fotografía, vestuario, historia, cine (con sus alumnas ha visto “Alicia en el País de las Maravillas”, de Tim Burton). “Es un chambón, en Argentina eres maquilladora y eres lo máximo, aquí lo ven mal”. Hay trabajos titánicos en la hoja de vida de Sol Ríos: una fotos en que los modelos debían parecer muy pálidos, un estilo gótico, y los diez llegaron bronceados. ¿Qué hacer? Sol pintó a los diez de cuerpo entero cuatro veces para bajarles el tono de piel y luego recién los maquilló. Todo le tomó 15 horas.
Su trabajo corre contra el reloj. Y entonces, aprovechar el tiempo se convierte en una ciencia. En los salones de belleza un maquillaje normal dura en promedio media hora, “pero esto se hace para que la cliente sienta que la estás atendiendo con cuidado, porque yo, en verdad, maquillo en cinco minutos”. Si se trata de maquillaje para novias como máximo hora y media y cobra S/.450. En el caso de sesiones fotográficas o desfile en pasarela no más de cinco minutos. Para ser más gráfica, Sol coge un plumón y en una pizarra traza una línea con ocho horarios y distritos diferentes, algo parecido a la agenda sabatina de una maquilladora que pinta rostros para bodas y fiestas. “Los minutos que pasas yendo de un lugar a otro es lo que pierdes en plata”, dice. Bajo este ritmo, Sol ha maquillado hasta a 13 personas y durante una boda en Chincha atendió a 17. La rapidez vale oro. Por eso los exámenes en su escuela los toma con un cronómetro. Malú, una de sus alumnas, ha comprobado el día anterior en una sesión de fotos que las exigencias de la profe tienen sentido, porque ya entrada la noche, todos en la producción apuraban a las maquilladoras, y ellas ya sin luz y con mucho frío —porque era un lugar al aire libre— iluminaban con el foco de sus celulares el rostro de las modelos. “Así funciona el show”, dice Sol. Las reuniones sociales son otro cantar. En una fiesta, ella puede saber, viendo fijamente a la cara, si dos personas diferentes fueron maquilladas por las mismas manos.
Hasta hoy la escuela Solmakeart (a pesar del alejamiento de su socia y de otros problemas) se ha financiado sola y Sol Ríos no ha tenido que sacar dinero de su bolsillo. Está convencida, y se lo repite, de que todo funciona por arte de magia. Y no únicamente lo dice por un tema económico sino porque algunas de sus alumnas se interesaron tanto por el maquillaje que luego de meses renunciaron a sus trabajos, como le ocurrió a Sol Ríos, que ya lleva siete años en esto.
“Soy feliz maquillando, cuando pinto se puede caer el mundo y no lo siento. Mi trabajo es mi pasión”, dice la mujer que hoy viste polo, jeans, tiene el cabello amarrado en una cola y el rostro lavado, limpio de maquillaje. Es ella misma.
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